Luna tenía dos fascinaciones. Una era Sebastián y la otra era el viento. Sebastián estaba fascinado con volar, y los momentos mas felices de Luna eran cuando a través de su ventana en las sombras de la noche veía el viento levantando en vuelo a Sebastián. Si tan solo él se diera cuenta de que en este mundo había alguien que compartía esa fascinación. Si tan solo se diera cuenta de su existencia. Ella solo se conformaba con verlo volar y soñaba despierta a todos los lugares que iría con el sintiendo el viento en su rostro. Se imaginaba volando hasta las estrellas, una y mil conversaciones sentados a la orilla de las nubes. El calor intenso en sus rostros de los atardeceres y el frío intenso del amanecer. El no volver a sentir la tierra bajo sus pies.
Pero él no entendía de existencias, ni de personas con sus personalidades, ni de rostros sociales, ni de rostros humanos; él solo sabia de volar. Muchas veces deseó Luna ser viento, para poder ser percibida, sentida y deseada por Sebastián. Para poder acercarse a él y levantarlo y que por tan solo un instante ellos fueran dos cuerpos en un alma en vuelo. Mientras Sebastián se transportaba de mundo en mundo con su vuelo, Luna fielmente sentada en las sombras de la noche esperaba en su cuarto para a través de su ventana verlo aterrizar. Ver la alegría que en su rostro había, la paz, la tranquilidad; ese sentimiento de éxtasis que volar le brindaba y que él le transmitía a Luna sin conciencia, ni propósito, ni intención alguna.
Una noche Sebastián no volvió. Luna llena de agonía y preocupación subió por su ventana al alero de su casa para verlo llegar. Un movimiento en falso. El mundo de Luna se cegó. Mientras caía su mente hermitaba y solamente pensaba en la alegría y en la felicidad que ver volar a Sebastián le brindaba. No estaba triste, estaba feliz pues ella sabía que él sostendría su cuerpo y por fin estarían juntos en el vuelo, con el viento en el rostro, las nubes, los atardeceres y el frió intenso del amanecer.
lunes, 16 de julio de 2007
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